Sobre
el siglo XIX para completar el aderezo y hacer conjunto con los
pendientes de perlas que eran los más utilizamos en esa época, se
llevaba al cuello un collar de perlas de diferentes vueltas, de una,
dos, tres o más.
Estos
collares se podían abrochar de varias maneras, por medio de un
broche metálico, latón o de algún otro material más noble. En
ocasiones esta pieza estaba ornamentada con piedras o cristalitos de los que se
enganchaban las tiras de perlas.
Otro modo de abrochado era mediante una cinta pasada por dos argollas y que se anudaban alrededor formando un lazo.
Los
collares más frecuente son los realizados con perlas, pero también
podían ser de nácar y en alguna ocasión de coral.
Con
el tiempo también se fueron incluyendo unas piezas centrales de metal, de oro,
plata, o del mismo material de los pendientes.